Artículo del senador por Illes Balears Francesc Antich.

El trato era Unión Económica y Monetaria. Y no ha sido. Este no ser se notaba menos en tiempos de vacas gordas pero, en pleno temporal de la crisis, el barco ha mostrado sus múltiples carencias. La Unión monetaria no puede funcionar sin que sea además económica y fiscal. Para ello será necesario sortear muchas posiciones exclusivamente nacionalistas, las mismas que han propiciado el inicio de una endeble Unión Bancaria Europea, permanentemente puesta en cuestión y paralizada a conveniencia.

Sin perjuicio de que a la fuerza ahorcan - y también debido a la crisis extrema de algunos países se han dado algunas actuaciones por parte del Banco Central Europeo, pero seguimos con marcos reguladores distintos para cada país, un verdadero galimatías que impide que la economía prime sobre la actividad financiera y que la política garantice cohesión social. A pesar de todo, conviene puntualizar que las medidas del Banco Central son el único origen de la mejora de la prima de riesgo. Lo cual también permite apuntar que, sin su retraso, se hubiera evitado los brutales aumentos sufridos y sus consecuencias. También hubieran contribuido a poner en cuestión la austeridad como única receta que ha dejado a tanta gente en la cuneta.

Por no ponerse de acuerdo no se ha adoptado, ni tan siquiera, una posición común para gravar las transacciones financieras, que al mismo tiempo facilite su regulación.

Nada impide pensar, vistas las medidas tomadas, que en la actualidad se pueda estar fraguando la próxima burbuja, lo que nos lleva a concluir que en vez de afrontar el problema se han limitado a operar sobre sus efectos. Unos efectos que si ya eran devastadores sin el tratamiento recibido, con él se han convertido en una máquina de desigualdad social, pobreza y debilitamiento de la capacidad económica.

Han aplicado las penas a las víctimas pero el criminal anda suelto, sometiendo a la población y las empresas a unas políticas de austeridad que crean contracción económica, paro y destrucción empresarial. Por si fuera poco, asistimos al desmantelamiento de las políticas que garantizan cohesión y que facilitan la mejora del sector productivo para la creación de puestos de trabajo. En cambio ningún acuerdo relevante para regular a quien propició el descalabro económico.

Entre el fracaso de la teoría de la mano invisible de Adam Smith y la garra austericida de los conservadores europeos, el resultado es desolador. En España, la estabilidad presupuestaria llevada a sus extremos más radicales ha sido una excusa no solo para desmontar el Estado del Bienestar sino para impulsar un verdadero cambio del sistema que, además, soslaya principios constitucionales de otros ámbitos como las libertades, las garantías públicas y el Estado Autonómico.

De ahí que estas elecciones Europeas sean cruciales. No solo porque estamos ante el Parlamento Europeo con más competencias desde su creación sino porque está en juego cómo afrontar un verdadero cambio de época. Una nueva época donde el pequeño Estado nacional, impotente ante la globalización financiera, debe apostar seriamente por más Europa, más democracia y conseguir que el ciudadano se sienta representado por quién realmente toma las decisiones. Un verdadero interlocutor global con poder de regulación. Una Unión política, económica, fiscal y monetaria.

Estas elecciones son cruciales porque significan apostar por derecha o izquierda. Por si seguimos pensando que las leyes del mercado son el único centro del sistema o lo son las políticas de cohesión y de igualdad. En definitiva si profundizamos en la ley de la selva o apostamos por humanizar la política y dar prioridad a las personas.

A muchos estos comicios se les antojarán lejanos, pero en realidad son tan cercanos como el paro, los desahucios, los copagos... que derivan de las políticas conservadoras y de una Unión a medio construir.