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A la intemperie

Francesc Antich 2 Artículo de Francesc Antich, senador por Illes Balears.

A modo de padre estricto, desmesurado, desde las alturas de la preponderancia preestablecida y escorada como nunca, la derecha española dicta, por nuestro bien, lo que es pertinente. Y lo hace sin nosotros porque poca falta hacemos a quién actúa con la seguridad de proceder como Dios manda.

Así, cómoda, ordena todo tipo de contra-reformas, sin que repare en daños principales o colaterales, al amparo de una crisis que, a modo de dardo paralizante, adormece al personal con todo tipo de miedos.

Una mayoría, borracha de absoluta, alérgica al dialogo, que rompe los consensos y que impone, unilateralmente, un nuevo ordenamiento. El resultado lógico es la crispación y el enfrentamiento entre las partes, ya sean ideológicas o territoriales.

El "no queda más remedio" abre todas las puertas al nuevo orden. Primero fueron los derechos sociales que, bajo la excusa del "no nos lo podemos permitir", han ido cayendo uno a uno. Los pedestales de lo público han sido recortados hasta la saciedad, para ser pasto de privatización. Impulsan la desigualdad y una desprotección sin precedentes.

Al mismo tiempo, arremeten contra el despilfarro de las Comunidades Autónomas, que sin importar que mantengan deudas o déficits menores que los del Gobierno de España y una deficiente financiación para hacer frente a una gran parte del estado del bienestar, han sido acusadas de crear inestabilidad y de ser foco de desgracias. En esa falsa culpabilidad encuentran la excusa para todo tipo de tropelías recentralizadoras y uniformadoras. Han emprendido una verdadera cruzada contra la pluralidad.

La derecha española ha activado un movimiento purificador que, a lomos de un individualismo creciente, cultiva la fórmula de poner todo bajo sospecha, lo cual tampoco es ninguna sorpresa pues está en el ADN de los modos de proceder autoritarios. Difundiendo y aireando clichés, estereotipos, perjuicios, caricaturas contra determinados colectivos disonantes en una sociedad neoliberal, consiguen, a menudo, que los de abajo se disputen entre ellos y se ponga en cuestión a colectivos enteros como los inmigrantes, los parados, etc. Sin atajar los deficientes funcionamientos, que sin duda los hay, y esgrimiendo el arma del "todos son iguales", han arremetido contra la política, la acción sindical y otras formas de organización de lo colectivo y de desarrollo de parámetros de igualdad. El resultado es que en vez de regular los desmanes financieros, origen de nuestros males, su fórmula es reducir parlamentos y democracia para conseguir la dispersión social.

Ahora en pro de la seguridad, de la suya, de la del nuevo ordenamiento, quieren acabar la faena. Su idea es atornillar el nuevo sistema y para ello anuncian recortes en las libertades, no sea que el miedo cambie de bando. Su vacuna es aumentar los castigos.

El padre estricto, es sobretodo gente de orden, de código penal, alérgico a las protestas o manifestaciones, sus hijos han de saberse temerosos, vigilados, bajo sospecha. Ahora toca cerrar el círculo para volver al lugar de donde, según ellos, nunca debiéramos haber salido. Es su segunda transición, la que realmente hubieran querido en lugar de la primera. Un vaciado de aquello que propugna la Constitución: en Estado social y de derecho y de las Autonomías. Siempre queda la esperanza de que no todos piensen así, pero la realidad indica que los dirigentes lo tiene poco en cuenta y que su mayoría absoluta anda en manos de las posturas más radicales y prepotentes, ante el cómplice silencio de los más moderados, que callan ante un retroceso sin precedentes y aceptan la muerte del dialogo y, con ella, de la mesura democrática.

Lo cierto es que poner bajo sospecha no crea confianza y es signo de debilidad. Y como apuntaba Cicerón "cuanto mejor es uno, tanto más difícilmente sospecha de la maldad de los demás". No parece que sea muy bueno un sistema que, con la excusa de cuadrar números, cuadra a las personas y las deja, en todos los sentidos, en la más absoluta intemperie.

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